Mentiría si dijese que siento volver a repetir
autor en esta nueva entrada, pues no será la última vez. Arthur C. Clarke publicó
Cánticos de la lejana Tierra en 1986, justo entre medio de las continuaciones
de la Saga de las Odiseas. Sorprende quizás la humanidad y la emotividad que
transmite en la novela, al que yo relacionaría más incluso con las Crónicas
marcianas de Bradbury que con los impresionantes conceptos científicos que hace
gala en otras de sus obras.
Aquí también los hay, por supuesto. Los
científicos descubrieron, en los años sesenta del siglo XX, que las emisiones
de neutrinos procedentes del Sol estaban muy por debajo de lo esperado (el
llamado problema de los neutrinos solares, un fenómeno físico real, que fue
resuelto en 2002 por los premios Nobel Masatoshi Koshiba y Raymond Davies Jr. ,
quien participó en las mediciones originales. La comprensión de los neutrinos
era errónea) y, una década más tarde, comprobando que el dato no era un fallo
de los instrumentos de medición,
estimaron que nuestro astro se convertiría en nova alrededor del año
3600 D.C.
La Tierra iba a desaparecer.
Todos los esfuerzos posteriores se centraron en lo
inevitable: darle a la raza humana un futuro en las estrellas. Naves espaciales
se lanzaron, conteniendo a bordo en un principio, seres humanos, otros
mamíferos, plantas y robots, hacia planetas habitables. Posteriormente, la
tecnología permitió enviar simples cadenas de ADN.
En un principio, mandar dichos colonos suponía una
inversión ingente de tiempo y combustible. El viaje por debajo de la velocidad
luz requiere una aceleración inicial hasta alcanzar la máxima, y posteriormente
desacelerar al término del tránsito espacial.
Una centuria antes del vaticinado colapso del Sol,
un científico revolucionario descubre los entresijos del viaje cuántico, con el
tiempo justo para construir la que sería la última nave: la Magallanes.
Clarke nos explica que este descubrimiento es un
hecho puntual en una sociedad terrestre hastiada y resignada por el contundente
final que los amenaza. La gente vive preocupada por resolver el problema,
culpándose o en medio de un frenesí narcisista. Se podría hacer un paralelismo
con el pesimismo ecológico actual, donde la preocupación por la destrucción de
los ecosistemas puede paralizar el ingenio de aquellos que buscan soluciones
ecosóficas.
La Magallanes debe hacer escala en el planeta
Thalassa antes de llegar a su destino: el planeta habitable Sagan 2. Thalassa
es una elección obvia, ya que el 95% de su superficie está cubierta por
océanos, y la Magallanes debe aprovisionarse del agua necesaria para aportar
hielo al escudo anti-micrometeoritos (que podrían perforar el cascarón de la
nave en un viaje lineal sin variación de rumbo, y el hielo es un material
abundante y de fácil obtención, recordemos que el propio agua se solidificará
en el vacío).
Lo que no saben los tripulantes de la Magallanes
es que Thalassa es un planeta colonizado.
Tiene una pequeña población humana que vive en las
tres islas principales. Alguno de los protagonistas y miembros importantes son
la bióloga marina Mirissa y su pareja, Brant. (Como apunte, Clarke era un
amante de las actividades subacuáticas, como demuestran varias de sus novelas,
y que practicaba en Sri Lanka).
Uno de los aspectos más importantes de la novela
se centra en las relaciones entre la tripulación de la Magallanes, última
superviviente de la Tierra, con la población local, la cual no sólo tiene
diferencias locales, sino también temporales, debido al desfase de tiempo entre
las primeras naves a reacción con el motor cuántico de la Magallanes. Los
últimos terrestres están manteniendo contacto con los descendientes de una de
las primeras naves de colonos.
Estas relaciones no sólo afectan a la comprensión
del mundo, sino a los sentimientos y los paradigmas culturales, y sobre todo,
al nivel tecnológico de los thalassianos (los propios tripulantes de la
Magallanes desconfían en trasmitirle todo el saber contenido en la memoria de
los ordenadores de la nave).
La política se hace patente en el conflicto que se
tiene para recolectar el agua del planeta (que al final es elevada a la nave
geoestacionaria mediante un ascensor espacial. Clarke se inclina en varias de
sus novelas por este sistema, y gran parte de las ideas sobre satélites
geoestacionarios se deben a él. Los ascensores espaciales permiten un coste 100
veces menor para trasladar una carga al espacio, al usarse la energía
correspondiente a un ascensor convencional, aunque para aguantar la tensión
necesaria se necesitan nanotubos de carbono)
Otra de la subtramas de la novela se centra en la
investigación de unos seres vivos
marinos emparentados con los escorpiones marinos (extintos en la Tierra desde
el Paleozoico), solo que de mayor envergadura (tienen mucho más espacio para
vivir en un planeta oceánico), y que captan la atención de los humanos tras la
continua desaparición de los robots usados para buscar peces y cosechar algas.
Apuntemos que el ecosistema de Thalassa es una
mezcla de especies locales con la fauna y flora invasora proveniente de la
Tierra, reproducida por los sistemas de la nave colonizadora.
Los Scorpios, como son denominados, tienen una
sociedad más avanzada de lo que suponían en primer término los biólogos: los
robots son desmantelados por ellos para usarlos de abalorios o bandas de honor
y rango. Además, su ecosistema consiste en una especie de refugios esculpidos
por ellos mismos, a modo de una ciudad (usando el concepto antropocéntrico).
Todo ello hace suponer una mente mayor en los Scorpios, ¿serán autoconscientes?
¿Tendrán inteligencia? ¿Cómo habrán afectado las especies terrestres y los
seres humanos a los Scorpios? Pronto derrotarían a sus depredadores, y se
aventurarían más allá del océano, puesto que las algas de las que se alimentan
están desapareciendo. Llegarán a las playas, respirarán el oxigeno y estarán
por primera vez bajo las estrellas. Allí estarían esperando los hombres.
Los tripulantes de la Magallanes pronto tienen que
volver a partir hacia Sagan 2, su destino, pues el resto de seres humanos
criogenizados deben llegar para colonizarlo. Sin embargo, la tentativa de
quedarse en el planeta es muy grande (aunque alteraría aún más el ecosistema y
las relaciones humanas) y algunos de los tripulantes desertan e intentan
sabotear la misión. Al final son amnistiados y pueden quedarse en el planeta,
mientras el resto continúa. El último contacto muestra la imagen de un niño
thalassiano: el resultado del romance entre la bióloga Mirissa y uno de los
tripulantes, que ha decidido continuar su viaje: verá a su hijo en las cintas
registradas cuando llegue a Sagan 2, pero el desfase temporal de 300 años hará
que el hijo y Mirissa ya hayan muerto mucho tiempo antes para cuando el despertar
criónico sea posible. Verá pasar toda
una vida delante de sus ojos.
Pero el momento de mayor emotividad se precipita
casi al final de la novela, cuando uno de los tripulantes de la Magallanes,
Loren, contempla el extraño horizonte oceánico de Thalassa:
Aquello
bien podía ser la Tierra, pero le faltaba algo esencial; se dio cuenta de que
esto le había intrigado durante mucho tiempo- en realidad, desde que tomó
tierra en este planeta-. Y de repente, como si este momento de aflicción
hubiera accionado su memoria, supo qué era lo que había echado de menos.
No había
gaviotas revoloteando en el cielo, llenando el aire con los sonidos más tristes
y más evocadores de la Tierra.
PD: Como gran apunte, la excelente adaptación a albúm de Mike Oldfield:
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