Cita con Rama es una de
las obras más celebradas del género de la ciencia ficción dura, de la mano del
inigualable Arthur C. Clarke (aquel que nos traería también, entre otras
proezas, la genial 2001: Odisea del espacio, tanto la versión impresa como la fílmica).
En esta ocasión,
Clarke parte del impacto de un asteroide contra Italia durante el 2077 en la que
se pierde prácticamente todo el legado de la cuna occidental de la humanidad (Padua
y Verona borrados totalmente, Venecia hundida sin remedio) para situarnos en un
futuro donde el Spaceguard, un sistema de detección temprana de asteroides se
encarga de vigilar todos los rincones del Sistema Solar para que la tragedia no
vuelva a ocurrir. (La irónica retrocontinuidad y el trasvase a la realidad
harían que posteriormente, en 1992, el gobierno de los EEUU autorizara a la
NASA a fundar el Spaceguard, impelido por el interés que despertaban las
películas apocalípticas made in Hollywood)
Gracias al Spaceguard de
la novela, un extraño asteroide es descubierto adentrándose en el Sistema Solar
en una trayectoria rectilínea, dirigiéndose directamente a nuestro Sol. El
asteroide es llamado Rama, en honor al Dios Hindú (los nombres grecorromanos
han sido ya explotados en la nominación astronómica). Pronto se descubre que es
en realidad un cilindro perfecto: 20 Km de diámetro por 54 Km de largo, y de un
material desconocido: el primer contacto con una nave alienígena.
La Endeavour, que
comparte nombre con el navío del capitán James Cook, es enviada, aprovechando
su cercanía, directamente al misterio de Rama. Lo que encuentran, tras pasar
por tres compuertas idénticas en uno de los polos del cilindro, es un mundo
artificial interior que aprovecha la “gravedad” creada por la “fuerza
centrífuga” o inercia (como bien nos hace recordar en boca de uno de los
científicos, las dos primeras son ilusorias) de la rotación del cilindro a 0,25
rpm. Esto hace que la gravedad sea mayor
en la superficie del cilindro y nula en el eje del mismo, entre los cuales se
situaría la atmósfera.
(El concepto es parecido
al que luego sería apodado cilindro O’Neill o Isla III de forma independiente,
aunque con ventanas y espejos, y actuando a pares para contrarrestar el efecto
giroscópico.)
Por, ello, cuando la
tripulación del Endeavour, comandanda por el capitán Norton, baja por una de las tres colosales escaleras que
parten desde el centro de la circunferencia por donde han accedido, la
dificultad es añadida: bajar en un principio a gravedad cero e ir sintiendo la
atracción cada vez mayor conforme se va descendiendo. Los escalones varían de proporciones según la
sección, acomodándose a la variable, pero obviamente este tipo de escaleras
sólo sirven realmente para subir. Deslizarse por el pasamano es la opción adecuada
para bajar.
Aunque la primera
exploración de Rama se hace en total oscuridad, lo que parecían ser tres
gigantes zanjas de regadío llenas de un extraño material inusitadamente liso
finalmente se encienden como los soles que son.
La orografía de Rama es
revelada en el nuevo día sin noche: extrañas “ciudades” se reparten, aunque los
edificios son tan lisos e impenetrables como todo lo demás en Rama. A media
altura, el apodado Mar Cilíndrico divide el norte y el sur, con la denominada
Nueva York en el centro: una ciudad misteriosa con pulidos edificios que
recuerda a Manhattan, aunque no haya puertas ni ventanas, y, al contrario que
las ciudades humanas, haya sido diseñada desde un principio: simétrica,
perfecta, triplicada en fractal hasta la saciedad.
La verdadera Nueva York, como todas las ciudades
del hombre, nunca había sido terminada, y aun menos proyectada de antemano.
Con este amanecer tras
miles de años, y por la mayor cercanía de nuestro Sol, dicho mar se descongela,
al contrario de lo común, desde las profundidades hasta la superficie (primero
se calientan las paredes exteriores del cilindro, y pronto se producen las
primeras bacterias anaeróbicas: el mar es una sopa primordial que evoluciona a
ritmo acelerado.
Además, las diferencias
de temperatura y el efecto Coriolis crean los primeros vientos en milenios, las
primeras nubes, las primeras lluvias, los primeros huracanes.
Pero el ecosistema se
vuelve a estabilizar, y los astronautas exploran todo el extremo norte,
incluyendo más adelante el mar y la isla de Nueva York (intentando por todos
los medios no caer en el agua, infestada de bacterias que podrían ser letales)
En el extremo sur un
afilado cono, como una aguja gótica, rodeada de otras seis de menor tamaño, ruge
del centro de la circunferencia hacia el interior del eje. Uno de los
astronautas, equipado con un vehículo ligero llamado Libélula, descubre, al
volar en gravedad cero a través del eje, la electricidad estática, el
electromagnetismo y las llamaradas del aumento de energía: Rama controla sus
movimientos, es un gran motor que no emite radiación ni combustión,
inexplicable para el ser humano.
A la vuelta, la Libélula
pierde altura por estos efectos del supuesto motor. Cae hacia el extremo sur
del planeta artificial. Allí descubre una extraña forma de vida, el primer
contacto, aunque aún no sabe si es animal o robot. Una especie de cangrejo que
enseguida recoge la libélula y la tritura como desecho. Otros sucesos le
siguen: pozos inexplicables, un ajedrez de texturas y materiales diversos, el
rescate del astronauta por parte de la tripulación.
Como curiosidad, la costa
sur esta distinguiblemente más elevada que la norte, lo cual se explica por las
marejadas que produce un cambio de rumbo del cilindro. Además, barreras equidistantes
en dirección del eje guardan el lecho marino para que las olas producidas no
sigan reproduciéndose y creciendo indefinidamente.
Otros seres orgánicos aparecen, cada uno con una función específica. Cuando
descubren uno muerto y lo diseccionan, averiguan que dichos seres tienen
funciones muy puntuales, no poseen órganos digestivos ni reproductivos, y la
fuente de su energía es una especie de panal como los que tienen las anguilas
eléctricas. Son biots, robots orgánicos creados por una inteligencia superior
para que interactúen con una función específica en el ecosistema perfecto de Rama.
Es interesante además saber de las acciones paralelas que se suceden: la
reunión de científicos de los Planetas Unidos: Mercurio, Tierra, Luna, Marte, Ganímedes,
Titán y Tritón, aunque los debates en torno a que la mayoría no son planetas, y
a las zonas sobre las que tienen control subsisten. La forma de reunirse, con
los minutos de diferencia entre planetas también tiene su miga. Lo que en un
principio empieza siendo una sucesión de teorías, cálculos, y posicionamiento
de disciplinas, acaba como un conflicto político, ya que Mercurio duda de la
hostilidad de Rama. Al estar dentro de su órbita lo consideran dentro de sus
dominios, y peligroso, pues puede tanto afectar al Sol como alcanzar el perihelio
y convertirse en un nuevo planeta que desestabilice el sistema. Por lo que
deciden lanzar un cohete con una cabeza nuclear.
Las repercusiones de la estupidez humana domina el último tercio de la
novela. El capitán Norton debe abandonar Rama antes de que el cohete llegue o
de que se precipite muy cerca del Sol y se produzcan variaciones súbitas.
Mientras, logra que uno de sus tripulantes desactive dicha bomba acercándose en
el vacío, frustrando todos los planes.
Pero al final, Rama no explota ni se convierte en un nuevo planeta, ni
destruye el Sol. Pasa muy cerca de él, tan cerca como ningún humano se
imaginara, y lo hace para sustraer energía y materia, para renovarse y seguir
su viaje de miles de años, indiferente al ser humano. Nunca más los ojos del
hombre verán la majestuosidad de Rama.
Pero los ramanes lo hacen todo por triplicado.
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