Una de las novelas más estimulantes de la New Wave en la ciencia ficción es
Empotrados, ópera prima del inglés Ian Watson. Toca, como buena ciencia ficción de los
setenta, muchos ámbitos dispares, como son la antropología, la lingüística, la
contaminación, las drogas, la ufología o la política. Basándose en todas estas
inusuales ramas de la ciencia, en vez de la física, la astronomía o las
matemáticas y otras de carácter técnico, Empotrados es una novela atípica
dentro del género. Sigue siendo científico, ¿no?
El lingüista Chis Sole lleva un experimento condicional mediante cuatro
niños dotados, dentro de un entorno artificial creado para ellos. Dentro se
enseña una extraña derivación del inglés reestructurado gramaticalmente. Está
autoempotrado, condensado de alguna forma para que la información sea continua
y el lenguaje aprovechado al máximo, sin “palabras basura” intercaladas entre
los significados importantes. Es un inglés imposible de hablar para las
personas comunes, que abusan de formulas sociales y otros elementos superfluos
del lenguaje.
A su vez, el antropólogo y conocido de Sole, Pierre Darriand estudia a la
tribu amazónica de los Xemahoa, y ha descubierto que usan dos tipos de
lenguaje, el cotidiano, y otro ceremonial, que utilizan bajo los efectos de una
droga, llamado Xemahoa B.
Pronto se produce la deducción de que el Xemahoa B es un lenguaje
autoempotrado surgido de forma natural.
Pero los Xemahoa y su entorno están amenazados por los peligros de la tala
indiscriminada y la creación de un gran embalse en la cuenca del Amazonas que
el gobierno de Brasil pretende construir animado por los Estados Unidos. Las decisiones
políticas nada tienen que ver con estos xemahoa, que a cualquier extranjero llaman
Caraiba, sin importar su raza, credo, nacionalidad o pensamiento político. El
propio Darriand se cuestiona su identidad marxista al quedarse maravillado por
aquellos rituales tan místicos de esta tribu amazónica.
Y eso que el Amazonas ya era un lugar frágil antes de ello: la Fordlandia
de Henry Ford, las explotaciones de caucho, Belterra… pero la creación de este
mar interior, talando el arbolado y recubriendo la tierra con plásticos anaranjados,
la construcción de un dique con sus turbinas, sus canalizaciones, sus
generadores eléctricos… ¿Cuántos árboles desaparecerían? ¿Un millón? ¿Mil
millones? Nadie puede contarlo. Los manglares se convertirían en lugares para
almacenar el excedente de agua, los mapamundi tendrían que ser cambiados.
Incluso la resistencia brasileña contra este proyecto es un obstáculo para
estos xemahoa, que deben sobrevivir a verse involucrados y conducidos hacia un
bando de una disputa de la que ellos nada saben.
Lo que los xemahoa entienden son sus ritos. Sus costumbres, la propia selva
con sus animales y plantas. Una cacatúa no es sólo un ave, también es el número
de sus plumas y la virilidad de su tocado, el sonido que produce entre las
ramas y el nombre con el que se denomina su especie.
El mito de la creación se explica con troncos, piedras, serpientes y hojas.
Los xemahoa viven incluso en simbiosis con el maka-i, el hongo que actúa de droga
en sus rituales: ellos comen la tierra del hongo y el hongo come su
tierra. O lo que es lo mismo. El hongo
es abonado con sus excrementos.
Y esa es la forma en que los xemahoa y su bruxo combaten sus peligros:
mediante su lenguaje empotrado, sus costumbres y su comprensión del lugar. No
con cerbatanas y dardos envenenados. Los científicos protagonistas van dándose cuenta
de ello y aprendiendo de los xemahoa sobre el valor de todo esto, dando una
clara lección sobre la simbiosis con la
selva, con el lugar.
¿Y cuál es el elemento ufológico?
Los Sp’thra han llegado a las cercanías de la Tierra, y el gobierno de
los EEUU ha contactado con ellos, siendo la primera vida alienígena conocida,
aunque el hecho se mantenga en secreto. Sole es llamado por la CIA para
comprender el lenguaje de estos, aunque son ellos los que aprenden enseguida el
inglés, ya que tienen mayor facilidad debido a su naturaleza. Son una suerte de
extraterrestres comerciantes que buscan sólo una cosa: cerebros de todas
aquellas razas que visitan, para comprender de una manera objetiva el universo,
un universo que ellos ven a su manera subjetiva igual que los humanos a la
nuestra. Y todo ello en busca de un ser omnisciente y objetivo que se supone
los visitó hace largo tiempo, y que los humanos de la novela identifican con
Dios.
El cerebro que necesitan debe ser uno que resuma y condense al ser humano,
y no tardan en señalar al de los Xemahoa, con su capacidad para el lenguaje
empotrado, como el más idóneo para esa tarea: un cerebro xemahoa a cambio de tecnología
extraterrestre. Un buen trato para los Estados Unidos.
Y es de esta forma tan amoral del ser humano, de los gobiernos y las
políticas, de los intereses comerciales y bélicos, como se salva el pueblo de
los Xemahoa de su destrucción. Se paralizan las obras del gran embalse para
preservar su raza, puesto que es una importante moneda de cambio para con estos
mercaderes extraterrestres llamados Sp’thra.
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