Solaris, una corta pero intensa
novela del polaco Stanislaw Lem es el mejor ejemplo de ciencia ficción dura
venida de este lado del Atlántico, más concretamente desde el bloque comunista.
Es, asimismo, una crítica hacía la mala ciencia ficción estadounidense,
preocupada en recrear aventuras fantasiosas donde se contacta con especies
alienígenas tan humanoides como los hombrecillos verdes, siendo comparada con
2001 odisea en el espacio, de Clarke.
Dicho océano es
inquietante hasta lo extremo, creando un catálogo de formas sin orden ni
concierto, que a veces recuerdan a los científicos de la misión, quién sabe si
por la pareidolia o por otros motivos aún más oscuros, elementos de la Tierra,
tales como árboles, niños, edificios. Las otras aparecen fenómenos
meteorológicos que poco tienen de naturales, tales como simetriadas o
asimetriadas.
Si el planeta pensante está tratando de comprender la mente humana, al igual que los humanos tratan de comprender los impulsos mentales del océano, o si son simples hechos aleatorios, nunca es descubierto. En cuanto los científicos humanos se vuelven más agresivos en sus experimentos, mayor es la contestación del planeta: parece ser capaz de leerles la mente y sacarle los más profundos recuerdos, incluso reproducirlos e imitarlos con una perfección pasmosa.
No es extraño, por tanto,
que en el transcurso de la novela, la ciencia solarística esté prácticamente en
desuso, y que los pocos científicos que residen en la estación espacial de
Solaris se hayan vuelto medio locos por estos hechos insólitos.
Ese es el panorama que
descubre el último de los científicos, el psicólogo Kris Kelvin, cuando llega a
la estación: Snaut se muestra receloso, Sartorius no quiere salir de su
laboratorio, y el tercer tripulante, Gibarian, se ha suicidado hace unos días. Kelvin
piensa que quizá el planeta los haya envenenado con su atmósfera y por ello los
desordenes mentales.
Snaut le advierte sobre
los “visitantes”, que resultan ser reproducciones que hace el océano de
familiares que no deberían estar allí. Las mismas réplicas no saben de su
falacia, y los científicos, aunque se muestran en un principio repelidos por
tal falsedad, acaban aceptando la existencia de estos seres. Concatenando con
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, ¿Qué es el ser humano? ¿Es
inteligencia? También lo es Solaris, ¿Es emociones, sentimientos? También lo
son las réplicas. ¿Es la voluntad? La
voluntad se torna sentimiento para los científicos que aceptan a las réplicas.
¿Pretende Solaris, con
estos hechos sin sentido, estudiarlos? ¿Quiere ponerse en contacto con ellos?
¿Serían capaz ambas especies de entenderse?
En la novela, se da a
entender que se tardan siglos en darse cuenta de que la raza humana está ante
otra consciencia inteligente, tal es la dificultad de contacto extraterrestre.
¿Es una consciencia autista? ¿Los paradigmas de ambas especies son tan
diferentes que son incapaces de entablar contacto? ¿Acaso Solaris, como ser
único, no concibe la posibilidad de más seres inteligentes?
Toda esta desesperación
por parte de científicos y pensadores, filósofos, psicólogos, biólogos, ponen
en crisis los cimientos de la humanidad.
Este es el paradigma del
ser posthumanista. El ser humano no es único, su inteligencia no es original ni
su ciencia y sus paradigmas son universales. Es uno más en el mundo y en la
galaxia, aún incapaz de comprender los actos de otros seres, incluso determinar
si están vivos o no. Y menos aún contactar con ellos.
El ser humano es uno más
en una simbiosis de seres que son incapaces de entenderse, pero que actúan en
conjunto, igual que las manifestaciones de Solaris y las de los humanos
repercuten el uno en los otros, y viceversa, sin que ninguno llegue a
comprenderlo.
¿Es capaz el ser humano
de actuar en el ecosistema, de prever las reacciones de éste, de controlar los
equilibrios y las infinitas posibilidades de los procesos de crecimiento? ¿Es capaz de ser ecosófico? ¿Puede el planeta
absorber el impacto del ser humano? ¿Cómo reaccionará?
¿Somos parte del
ecosistema, como las simetriadas, o somos un elemento invasor, desencadenante
del desequilibrio de la balanza, como los científicos solarísticos?
¿Estamos entendiendo el
planeta?
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