En el panteón de las primeras novelas de ciencia ficción, aunque quizás no
tan mencionada, está la serie de Barsoom, protagonizada por John Carter y
escrita por un Edgar Rice Burroughs que en esas fechas también andaba metido en
las historias de un tal Tarzán.
Una princesa de Marte fue la novela inaugural de esta saga que recrea un
Marte fantástico, de corte pulp y aventurero, inventando de paso el género
planetary romance, dentro de la sword and planet. Pero aparte de la fantasía,
de los gustos y creencias de la época, de los personajes de una pieza, hay un
poso muy interesante, con ideas científicas, sociales y ecológicas.
La propia historia, que ya desde sus inicios (un veterano confederado llamado John Carter
que se convierte en buscador de oro en Arizona, pero es atacado por los Apaches
y debe refugiarse en una cueva misteriosa y sagrada que lo transporta
mágicamente a un planeta totalmente distinto: Marte) se asienta dentro de la
historia clave de los Estados Unidos, la guerra de secesión, la conquista del
Oeste, la fiebre del oro y sobre todo la puesta en valor de los nativos
americanos.
Incluso el hecho de que Carter fuese del bando perdedor y se convierta en
buscador de oro, un trabajo en los que los de baja estofa echan su suerte; así
como el tratamiento de los indios no sólo como enemigo salvaje sino como
cultura en contacto sagrado con Marte son temas a tener en cuenta para ver las
variadas caras de esta obra que a priori resulta sencilla.
Pero vamos a lo que nos atañe. Barsoom (lo que Carter llama Marte) es un
planeta moribundo, cuyos míticos canales sirven para traer la escasa agua
existente en forma de hielo en los polos hasta las zonas donde las distintas
culturas marcianas existen.
Estas razas no sólo tienen su parecido con los nativos americanos, sino que
además constituyen uno de los temas clave de la novela, que se acerca al
racismo, a la importancia de la estirpe y de la pureza racial.
Las dos razas aparecidas, la verde y la roja, tienen muchas cosas en común
y otras tantas distintivas. Ambas son
crueles, con escaso valor a la vida ajena, ya que la escasez de oxígeno y de
alimentos crea un problema demográfico. Ambas dan alto valor a sus antepasados,
así como las amistades y los agravios surgidos hace generaciones.
Carter se topa en primer lugar con los marcianos verdes, de quince pies de
altos, delgados, con seis extremidades, al igual que la mayoría de bestias con
las que están en simbiosis, como cabalgadura o ganado. Se comportan de una
forma que el propio Carter define como bárbara, donde la amistad o el
compañerismo no existen, seguramente debido al fuerte instinto de supervivencia
en un ecosistema moribundo. Son
tribales, con un sistema jerarquizado donde la posición se consigue mediante
duelos a muerte. Aun así son expertos en la guerra, la caza y otras cuestiones
pragmáticas. Se reproducen de forma ovípara, dejando sus huevos en enormes nido
que tiene un carácter de santuario, y otras tribus pueden atacarlos en virtud
de la supervivencia (para reducir la sobrepoblación). Después de un periodo, ya
que los huevos tardan en eclosionar, los nuevos marcianos verdes nacen
prácticamente adultos, y son criados por toda la tribu, sin lazos familiares
(ya que no se sabe a quién pertenece cada huevo), lo que para Carter y para
nosotros, habituados a la familia como el núcleo primigenio de una sociedad,
nos parece cruel.
La arquitectura y el arte no existen entre los marcianos verdes. Viven en
las ruinas de antiguas ciudades, supuestamente de un ancestro común a todas las
razas inteligentes de Barsoom. Las paredes están llenas de frescos con seres
humanoides, pero los marcianos verdes no prestan atención a estas pinturas, ni
siquiera a la lógica dispositiva de los edificios que ocupan.
El primer contacto que John Carter tiene con un marciano rojo se fuerza
cuando los marcianos verdes capturan a la princesa Dejah Thoris en una
incursión. Se descubre que esta raza es prácticamente humana en su aspecto,
pero de una tez eminentemente roja (lo que recuerda a los apaches con los que
empezó la novela, y que también puede ser un paralelismo con el choque cultural
que se vivió durante la colonización americana y la conquista del salvaje
oeste). Carter, que ya se había resignado a vivir con los extraños y salvajes
marcianos verdes, se identifica más con esta raza por su aspecto. Sin embargo,
los marcianos rojos no son tan parecidos a los humanos como se pudiera
presuponer.
Ellos son los que han construido los canales, a lo Percival Lowell, para
sobrevivir a la sequía del planeta, para poder explotar la agricultura, al
estilo egipcio del Nilo. Ellos son los que tienen la tecnología más avanzada,
con naves que surcan el cielo de Marte y ciudades-estado fuertemente
defendidas.
Son ovíparos, como el resto de las especies de Barsoom. Y también son
vengativos, altaneros y muy preocupados por el linaje y los antiguos
agravios. También van semidesnudos, el
clima hace innecesaria la vestimenta no ornamental, cosa que difiere de los
humanos.
Pero el detalle que se me hace más interesante a nivel medioambiental es
cuando John Carter entra en una enorme torre, que resulta ser una planta atmosférica,
una de las centrales donde la atmosfera es creada y mantenida, ya que por sí sola no
puede sobrevivir. Dentro, el Ingeniero
se encarga hasta su relevo o muerte de controlar toda la maquinaria, como un
asceta o un religioso. Todo marciano rojo tiene conocimientos sobre esta tecnología,
por si fuera necesario. La desestabilización de la maquina es uno de los
momentos más traumáticos cuando todo el planeta puede perecer ahogado.
Sin embargo, la importancia que le da la trama no es muy alta, y la nula relevancia que le adjudican los marcianos, más preocupados en pelear y sobrevivir se me antoja tristemente premonitoria. Me gusta pensar que Barsoom no es el Marte que conocemos, árido e inhabitado, sino otro planeta. Pero me aterra pensar, que, en el fondo, Barsoom sea la Tierra.
Sin embargo, la importancia que le da la trama no es muy alta, y la nula relevancia que le adjudican los marcianos, más preocupados en pelear y sobrevivir se me antoja tristemente premonitoria. Me gusta pensar que Barsoom no es el Marte que conocemos, árido e inhabitado, sino otro planeta. Pero me aterra pensar, que, en el fondo, Barsoom sea la Tierra.
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