El golem es uno de esos
mitos que perviven, que traspasan sus propias barreras, las de la religión, y
se convierte en la leyenda de una ciudad, de una idea, de un tiempo, de todos
los tiempos. El golem es, o no es, el
robot, paisano suyo creado por Kapek. El golem es y no es Frankestein, el golem
es y no es el obrero, el golem es al rabino lo que el hombre a Dios o el poema
al poeta, como diría Borges. El golem es Praga en las manos de Meyrink, el
ghetto, los sueños, los miedos.
Es el expresionismo de
una Alemania alegre, es el mito que perdura ante la ofensiva nazi, es el
souvenir capitalista de los tiempos que corren.
Por eso me parece
interesante la figura y la leyenda del Golem como base para una escenografía.
Podría basarme en la novela de Meyrink, pero la novela se basa en los sueños
dentro de sueños y en el imaginario colectivo del barrio judío, no en la propia
leyenda.
Las películas
expresionistas de Wegener son asimismo fuente de inspiración estética, así como
el resto de escenografías de la época, como ya he comentado. Pero el hilo
conductor de la obra es complejo, agregando tramas en torno al rabino, el
emperador y el propio ghetto, lo cual es interesante pero complejiza la esencia
del Golem:
El Golem trabajaba por dos. Acarreaba agua, cortaba leña, barría el suelo en la casa del rabino y ejecutaba las demás labores agotadoras.
El Golem no comía, no bebía y no necesitaba descanso. Sin embargo, siempre que llegaba el sabat, los viernes por la tarde, cuando debían cesar todos los trabajos, el rabino le retiraba el shem de la boca. El Golem quedaba de inmediato inmóvil, y en vez de un infatigable servidor se veía en un rincón de la casa del rabino un muñeco inerte. Terminado el sabat, día de obligado descanso para los judíos, la arcilla muerta recuperaba la vida después de que el rabino introdujera en la boca del Golem el mágico shem.
Una vez, preparándose para oficiar la ceremonia del sabat en la Sinagoga Viejonueva, el venerable rabino Löw ben Becalel se olvidó del Golem y no le sacó el shem de la boca. Apenas el rabino hubo entrado en el santuario y entonado el primer salmo, llegaron corriendo personas de su casa y muchos vecinos.
Presas del pánico y de horror, contaron al rabino con voz entrecortada que el Golem estaba enfurecido y que destrozaba todo lo que estaba a su alcance. Nadie podía acercársele ya que el furioso Golem lo mataría.
El rabino vaciló un momento. Se iniciaba el sabat, el canto del salmo ya había comenzado. Toda labor, todo esfuerzo, por más insignificante que fuese, era a partir de entonces un pecado.
Pero, ¿era de verdad así en ese momento?, pensó el rabino. Él no había acabado de decir el salmo y por eso el sabat, de hecho, no había comenzado.
El rabino se levantó y con paso apresurado se dirigió a su casa. No había llegado todavía a su vivienda y ya escuchaba un tenebroso ruído y ensordecedores golpes. El rabino fue el primero en entrar, los demás se mantuvieron rezagados por temor...
Yehuda Löw contempló horrorizado los estragos causados por el Golem: platos rotos, mesas, sillas, arcas y bancos volcados, libros esparcidos por el suelo. Una vez devastado el interior de la casa, el Golem se ensañaba en el patio con los animales de la casa del rabino.
Las gallinas, el gallo, los pollos, el perro y el gato - todos los animales domésticos yacían muertos en el suelo. El golem estaba arrancando de la tierra un tilo de grueso tronco como si fuera una estaca de una cerca.
El rabino se fue directamente al Golem. Lo miró fijamente, teniendo los brazos tendidos. Cuando el sabio Yehuda Löw tocó al Golem con sus brazos, éste se estremeció. Miró atónito a los ojos del rabino como si la fuerza que de ellos emanaba lo hubiera inmovilizado. El rabino metió rápidamente la mano entre los dientes del Golem y sacó el mágico shem.
El golem se desplomó al suelo como si hubiera sido fulminado por un rayo. Yacía sin vida en el suelo, otra vez convertido en un muñeco de arcilla. Todos los judíos presentes, los viejos y los jóvenes, exclamaron de júbilo, y ahora, ya sin temor, se acercaron al Golem tumbado en el suelo y empezaron a burlarse de él y a injuriarlo.
Sin embargo, el rabino, respirando hondamente y sin proferir una sola palabra, volvió a dirigirse a la sinagoga donde a la luz de las lámparas retomó el salmo y concluyó la ceremonia de inicio del sabat.
Pasó el sagrado día del sabat, pero el rabino Yehuda Löw ben Becalel no volvió a introducir el mágico shem en la boca del Golem.
Y de esta manera el Golem ya no recuperó la vida y como muñeco de arcilla fue depositado en el desván de la Sinagoga Viejonueva, donde acabó por transformarse en polvo.
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