miércoles, 18 de mayo de 2011

Te regalo el mundo.

Te regalo el mundo.
Eso es lo que Holleritz le había dicho. Y después se había esfumado entre la multitud del Sprawl. Y allí estaba, en el Gentleman Loser, echando un trago mientras sopesaba aquella memoria sobre su mano biónica.
¿Qué diablos quería decir con eso?
Conectó la memoria en su ElecomHub integrado dentro del Ono Sendai 4 que tenía implantado en la nuca. Spider era bueno colocando juguetitos como ese, con los puertos asomándosea través del peinado. Cotejó los datas. Una pantalla de información se dibujaba en su visión, mientras de fondo miraba sin ver la cara típica del barman, llena de arrugas e implantes. Era una ilusión, por supuesto. La mejora estaba incluida en el córtex visual de su cerebro, no en sus ojos. Era algo que nadie se paraba a pensar, como cuando uno se “introduce” en el ordenador de otro. Realmente, sólo estás en interfaz.
Cotejó los datas. Una serie de planos casi artesanales y una lista de enlaces a webs privadas, backdoors, varias SAN y catálogos informáticos. Incluso lo que parecía ser una entrada remota al Supercomputador Mare Nostrum-2. Vaya, el Mare Nostrum-2, el Deux ex Machina de la religión hacker. Uno iría de peregrinación hasta su templo, si no fuese una herejía elegir el mundo físico antes que el ciberespacio para hacerlo. Nadie se mete a hackear la IA de ese Dios sin motivo. Parecía algo importante.
Pero no tenía ni idea de qué iba todo eso.

Su cubículo no daba para mucho, pero resolvió dormir acurrucado y poder tener sitio para el proyecto. Empezó recortando a láser las piezas que el plano indicaba usando las láminas metálicas que había conseguido en la Calle, donde te venden lo que quieras si no haces preguntas. Pensaba que los componentes más sofisticados le serian difíciles de encontrar, pero que va. Las instrucciones permitían usar cualquier cosa disponible. No tenía más que desmontar una calculadora o buscar un determinado microchip en los grandes almacenes para completar ese artefacto que ni sabía para qué servía. Lo habían pensado seriamente para que cualquiera pudiera fabricarse uno. Eso sonaba peligroso.
Pues vaya. Era una impresora 3D. Podía haber comprado en el centro comercial unaAlaris 30 de saldo, aunque le saliese más cara. Desinteresado, chateó insulsamente en varias salas del ciberespacio. Algunos users le sacaban de quicio, pero no más que aquellos bots que sólo spameaban. ¿No podían hacer un test de Turing como Gibson manda? Mira ese, haciendo publicidad. “Bowler GNU, te regalamos el mundo.”
Un momento, pensó. La memoria relampagueó en su consciencia con la cara y los ojos de Holleritz mientras su boca decía una frase. Chateó con ese contacto. Tengo los planos. Dijo. Muy bien. Nosotros tenemos las impresoras Darwin, Mendel y Watson, pero están obsoletas. Ahora tienes la Gilbert. ¿No has visto los enlaces? Te daré una pista: fabricación digital. Tras eso, se desconectó.
Miró todos los archivos enlazados que encontró, uno por uno. El proyecto Reprap, el Fab@home, la autorreplicación de las máquinas, determinados P2P… El mundo en sus manos. Pero no en las de él, en las de todos. Ahora podían diseñar cualquier cosa, desde un secador de pelo a un portaaviones. Maldito Holleritz. Lo que tenías en tus manos era tan grande que no podías agarrarlo para ti solo. Esbozó una sonrisa.

El GoodLuck bar no era tan famoso como el Gentleman Loser. Pero el ambiente japonés y el sushi eran de primera clase. Se acercó a un solitario chicano naufragado en la aséptica barra. Le sonrió y se quedó unos segundos a su lado, tras lo cual se dirigió al espejo que tenían enfrente.
Te regalo el mundo. Úsalo.
Desapareció tras la puerta, entre los transeúntes. La memoria se quedó allí, entre los círculos de agua que forman los vasos olvidados. El chicano posó sus ojos en ella, indeciso.


M.G. Villarrubia



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