martes, 23 de octubre de 2012

Eco-Sci-Fi 2: Солярис






Solaris, una corta pero intensa novela del polaco Stanislaw Lem es el mejor ejemplo de ciencia ficción dura venida de este lado del Atlántico, más concretamente desde el bloque comunista. Es, asimismo, una crítica hacía la mala ciencia ficción estadounidense, preocupada en recrear aventuras fantasiosas donde se contacta con especies alienígenas tan humanoides como los hombrecillos verdes, siendo comparada con 2001 odisea en el espacio, de Clarke.

La novela transcurre en el planeta homónimo, donde un océano omnipresente cubre todo el mundo a modo de sustancia protoplasmática, especulándose su existencia como ser vivo e incluso inteligente, tocando la idea de un mundo a la manera de Gaia.
 



Dicho océano es inquietante hasta lo extremo, creando un catálogo de formas sin orden ni concierto, que a veces recuerdan a los científicos de la misión, quién sabe si por la pareidolia o por otros motivos aún más oscuros, elementos de la Tierra, tales como árboles, niños, edificios. Las otras aparecen fenómenos meteorológicos que poco tienen de naturales, tales como simetriadas o asimetriadas.




Si el planeta pensante está tratando de comprender la mente humana, al igual que los humanos tratan de comprender los impulsos mentales del océano, o si son simples hechos aleatorios, nunca es descubierto. En cuanto los científicos humanos se vuelven más agresivos en sus experimentos, mayor es la contestación del planeta: parece ser capaz de leerles la mente y sacarle los  más profundos recuerdos, incluso reproducirlos e imitarlos con una perfección pasmosa.

No es extraño, por tanto, que en el transcurso de la novela, la ciencia solarística esté prácticamente en desuso, y que los pocos científicos que residen en la estación espacial de Solaris se hayan vuelto medio locos por estos hechos insólitos.

Ese es el panorama que descubre el último de los científicos, el psicólogo Kris Kelvin, cuando llega a la estación: Snaut se muestra receloso, Sartorius no quiere salir de su laboratorio, y el tercer tripulante, Gibarian, se ha suicidado hace unos días. Kelvin piensa que quizá el planeta los haya envenenado con su atmósfera y por ello los desordenes mentales.



Snaut le advierte sobre los “visitantes”, que resultan ser reproducciones que hace el océano de familiares que no deberían estar allí. Las mismas réplicas no saben de su falacia, y los científicos, aunque se muestran en un principio repelidos por tal falsedad, acaban aceptando la existencia de estos seres. Concatenando con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, ¿Qué es el ser humano? ¿Es inteligencia? También lo es Solaris, ¿Es emociones, sentimientos? También lo son las réplicas.  ¿Es la voluntad? La voluntad se torna sentimiento para los científicos que aceptan a las réplicas.

¿Pretende Solaris, con estos hechos sin sentido, estudiarlos? ¿Quiere ponerse en contacto con ellos? ¿Serían capaz ambas especies de entenderse? 

En la novela, se da a entender que se tardan siglos en darse cuenta de que la raza humana está ante otra consciencia inteligente, tal es la dificultad de contacto extraterrestre. ¿Es una consciencia autista? ¿Los paradigmas de ambas especies son tan diferentes que son incapaces de entablar contacto? ¿Acaso Solaris, como ser único, no concibe la posibilidad de más seres inteligentes? 

Toda esta desesperación por parte de científicos y pensadores, filósofos, psicólogos, biólogos, ponen en crisis los cimientos de la humanidad. 

Este es el paradigma del ser posthumanista. El ser humano no es único, su inteligencia no es original ni su ciencia y sus paradigmas son universales. Es uno más en el mundo y en la galaxia, aún incapaz de comprender los actos de otros seres, incluso determinar si están vivos o no. Y menos aún contactar con ellos. 

El ser humano es uno más en una simbiosis de seres que son incapaces de entenderse, pero que actúan en conjunto, igual que las manifestaciones de Solaris y las de los humanos repercuten el uno en los otros, y viceversa, sin que ninguno llegue a comprenderlo.

¿Es capaz el ser humano de actuar en el ecosistema, de prever las reacciones de éste, de controlar los equilibrios y las infinitas posibilidades de los procesos de crecimiento?  ¿Es capaz de ser ecosófico? ¿Puede el planeta absorber el impacto del ser humano? ¿Cómo reaccionará?

¿Somos parte del ecosistema, como las simetriadas, o somos un elemento invasor, desencadenante del desequilibrio de la balanza, como los científicos solarísticos?

¿Estamos entendiendo el planeta?


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