viernes, 27 de diciembre de 2013

Eco-Sci-Fi 9: The War of the Worlds




¿La guerra de los mundos? Si, por supuesto. La guerra entre dos de ellos. Entre Marte y la Tierra. Pero en esta novela, jamás veremos las superficie de Marte, ni sus maravillosos canales acuíferos. El campo de batalla transcurre en nuestra Tierra. ¿Y es esto una guerra? La humanidad en las postrimerías del siglo XIX contra unos marcianos que son capaces de viajar por el espacio en cilindros impulsados, que disparan rayos calóricos desde sus máquinas de guerra blindadas, desintegrando cualquier cosa (nosotros incluidos) que se ponga por delante. Eso no es la guerra. Ni siquiera es una invasión. ¿Acaso cuando pisamos un hormiguero lo llamamos invasión.
 
Intentaré no contar casi nada del argumento de esta novela (en otras entradas me ha sido muy difícil, por eso siempre recomiendo leer la novela primero) aunque tendré que hablar de la resolución ya que me parece un punto fundamental para hablar de esta obra desde un punto de vista ecológico.

Pensemos que el autor, uno de los padres de la ciencia ficción llamado H.G Wells (¿De verdad tendría que explicar todo esto?), escribió esta obra maestra en el mismo tiempo en el que transcurre, en 1898. No sólo es relevante en el acierto con el que recrea la sociedad inglesa de la época, contemporánea al autor y a la obra. No sólo es interesante que éste sitúe la acción en su presente, no en un imaginario y absurdo futuro (práctica también seguida por otros maestros como Verne: la ficción científica que habla del presente tardaría un poco en convertirse en la ciencia-ficción que mira al futuro). También es un gran acierto la verosimilitud conseguida, al menos para la época, al narrar todos estos hechos.


Los marcianos son seres cefalópodos, comparados con pulpos gigantes que se mueven por tierra. En nuestro planeta son lentos y torpes, están acostumbrados a la gravedad y el clima marcianos, y es por eso que poseen mayor número de extremidades que nosotros. Es por eso también que sus artefactos son diferentes a los nuestros en su funcionamiento y comportamiento. Un ser humano difícilmente pensaría en un trípode marciano, una máquina que se impulsa con tres patas mientras las otras extremidades sirven para disparar rayos calóricos o capturar seres humanos. Nuestro cerebro es bípedo, simétrico y con pulgares oponibles.  Esta es la primera lección ecológica que salta de las páginas de la novela: adaptación.

"Los sabios admiten hoy que la vida es una incesante lucha por la existencia, y parece ser que también es esa la creencia de los espiritus de Marte."

 Los marcianos ya no son humanoides verdes, sino criaturas tan extrañas y repelentes a nuestros ojos que difícilmente podemos compararlas con pulpos, pese a que la analogía es infructuosa.  Todo esto es darwinismo social.


Y por supuesto, tiene que haber una respuesta a este concepto. Los marcianos tratan de(consciente o inconscientemente) transformar la Tierra, adaptarla a ellos en vez de que ellos se adapten a nuestro planeta. Sería una terraformación inversa, o una marteformación, si jugamos a la filología. La hierba roja es el método: una planta trepadora acuosa, de un vivaz color rojo (el que le da esa coloración a Marte), con púas a la manera de un cactus. Se reproduce exponencialmente, secando ríos, lagos, y matando árboles, destruyendo la vegetación existente. Es una especie invasora, en su doble sentido. 

Todo esto suele ser asociado a una crítica hacia el colonialismo que diversos imperios europeos llevaban a cabo, entre ellos el británico, conquistando culturas de diferente progreso técnico, arrasando sus costumbres y sus tierras para convertirlas en el modelo civilizado.


Y por supuesto, el final debe responder a este planteamiento sobre la adaptación, a la vez que llevar al límite la crítica al orgullo hegemónico del Imperio Británico.  Los humanos no ganan la guerra, no pueden ganarla. Pueden ser heroicos o viles, huir asustados o refugiarse como resistencia clandestina bajo las cloacas de Londres. Pero no pueden ganar a los marcianos. Nadie en la Tierra podría ganar a los marcianos.

Pero sí la Tierra misma. La naturaleza misma.

Las bacterias, contra las que tanto hemos luchado, a las que estamos inmunizados tras una guerra evolutiva de miles de años, aquellas que son realmente nuestras enemigas (aunque a veces las usemos a nuestro favor) las que nos han diezmado durante siglos; son las que vencen a los marcianos y a la hierba roja, que no están inmunizados. Se preocuparon de adaptar la Tierra a sus organismos, y no de adaptarse ellos al ecosistema terrestre. Y fracasaron. No se puede obviar la contaminación interplanetaria, aunque en muchas historias de Space Opera los personajes puedan visitar planetas sin asfixiarse ni enfermarse. 

¿Estamos nosotros haciendo lo mismo? ¿Nos adaptamos al ecosistema, o estamos modificando y destruyendo el ecosistema a nuestros intereses? Pensamos en la madre naturaleza con nuestra enemiga, a las bacterias como organismos a los que combatir, y obviamos que nos podrían salvar de los marcianos (que nos ayudan a fermentar el pan, el yogur o el queso, nos sintetizan vitaminas, o absorber el nitrógeno a las plantas), que nos defienden si nosotros les defendemos. Estamos en simbiosis, estamos en un ecosistema, quién sabe si no muy lejos de Gaia.

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